lunes, 2 de mayo de 2011

Nueve

Mi niño quiso venir al mundo después de nueve meses... y nueve dias... en el paritorio 9 del Hospital Infanta Leonor. Hace hoy nueve dias, amanecí con la sensación de que su llegada era inminente... y ya no merece la pena hablar de esas horas previas en las que el cuerpo se ensancha y va tomando forma para convertirse en canal, en el canal de la vida. Por supuesto que ha sido una experiencia indescriptible, pero en ningún momento imaginable. Desde luego, si tuviera que definirlo con una sola palabra esta sería salvaje.

Estuve acompañada en todo momento de mi amor, dos amores esperando la llegada del amor de nuestras vidas, convirtiendo su aliento en caricia, sus manos en fuerza, sus palabras en reto cuando apenas quedan ganas si quiera de tomar aire. Fuera esperaban quienes me aman como yo ahora sé que se ama a un hijo, y mi hermana, por cuya sangre corre la misma savia que por la de este Marco que le quita el sueño, y es así y no puede ser de otra manera.

La aventura de sus primeros dias de vida está siendo maravillosa, y sigo creyendo que hay tres pequeños grandes secretos para que todo funcione:  higiene, alimentación y amor. Un bebé limpio, alimentado y querido no necesita muchos más cuidados... y es tan fácil cumplir mínimos!

Duermo poco, la mayoría de las veces porque mientras  él duerme me alimenta la placidez de su descanso, las muecas de sus fantasías, ese pedaleo con las piernas que por lo pronto es de lo poco en que le encuentro parecido conmigo, y lloro mientras le miro y seguiré haciéndolo mientras lo sienta, porque esas lágrimas son el jugo que me alimenta el alma.

Sé que no comprende más lenguaje que el latido de mi corazón, y aún así le musito al oido que me encantaría poder hacerle tan feliz como él me hace feliz a mí, y me sonrie o suelta un pedete de esos que vienen con sorpresa de color mostaza, y en ambos casos tengo la sensación de que no entiende mis palabras, y tampoco le hace falta, le basta con sentir ese run-run para saber que quien le ama como jamás pensé que se podría amar soy yo.

Cuando seas mayor, Marco, nos reiremos juntos recordando que un dia antes de nacer, cuando mami empezó a sentir contracciones de parto, antes de ir al  hospital la abuela me puso de comer unas lentejas con chorizo "para que tengas fuerza" que me supieron a gloria, que cuando esas contracciones fueron más fuertes, y estábamos esperando en una habitación que me llevaran al paritorio, tu papi se cayó del sillón, serían los nervios, que no perdonan, aunque ya después de que vinieras al mundo le volviera a ocurrir...esos sillones tan modernos!! Nos reiremos cuando te cuente que la matrona llamó a papi para que viera como tu cabeza comenzaba a asomar entre mis piernas y lo primero que me dijo fue "tiene pelito"... quizás nos riamos, aunque ahora mismo esté llorando de emoción al recordarlo.

Papi estuvo en todo momento pendiente de mí, secándome ese sudor frio que me recorría todo el cuerpo, hasta que pedí que me quitara ese trozo de tela al que llaman camisón, y aún desnuda sentí como tu calor me abrasaba. Sentí unos dolores tan inmensos, una ansiedad tan devastadora que llegó a vencerme el agotamiento después de tantas horas, por eso cuando la matrona me dijo que si en el siguiente pujo no salias avisaría al ginecólogo para "sacarte" de otra manera me sentí derrotada,... pero tomé aire, lo mantuve tanto tiempo como pude, empujé hasta caer abatida y al abrir los ojos, vi como lavaban un bebé bajo un grifo, y una señora vestida de verde me miró y dijo: vaya niño más gordito has tenido. Y mi boba respuesta entre lágrimas y en forma de pregunta. ¿pero ése es mi niño?

Al momento te colocaron sobre mi, sentí un alivio que poco a poco se fue transformando en alegria, papi nos miraba con lágrimas en los ojos mientras yo entendí en ese momento que todo había valido la pena, y que tu llegada se había convertido en analgésico y en bálsamo y en serenidad... y en todas esas sensaciones indescriptibles de las que me habían hablado quienes ya han pasado por esto.

Tu buscabas mi pecho mientras papá buscaba la salida del paritorio: mi amor, me voy a salir un rato, estoy un poco mareado... ¿un poco? el pobre estaba blanco como la cera, sudoroso, tembloroso... y supongo que con unas ganas locas de fumarse un cigarro tras otro. Azucena me contó después que salió hecho polvo, emocionado, cansado, níveo y que se abrazaron y lloraron, como no podía ser de otra manera.

Cuando entró la abuela, mi madre, al paritorio, empecé a comprender lo estúpidos que a veces somos los hijos cuando dudamos de cuánto nos quieren nuestras madres,y eso que apenas habían pasado unos minutos desde que naciste. Lloramos de alegria, le pareciste tan precioso como a mi, y no paraba de acariciarnos y de decir qué hermoso es hija. Esos momentos también son totalmente salvajes, instintivos, plenos, y espero poder tener la memoria suficiente para no olvidar esa sensación mientras viva. Mamá, te quiero tanto!

Al poco tiempo nos subieron a la habitación en la que el abuelo y tu tia Azucena y tu tio Paco esperaban con unos churros. Esa manera tan española de festejar las alegrias comiendo me encanta. Me quedé con la ganas de comerme esos churros calentitos, pero la enfermera me dijo que no podía comer nada en unas horas, y tampoco levantarme. Hizo bien en avisarme porque justo antes de que lo hiciera me dieron ganas de ir a hacer un pis y lavarme los dientes y pintarme los morros... pero tuve que esperar dos horas para tomar una triste manzanilla y un par de horas más para verme en el espejo del cuarto de baño la cara de gilipollas que se te queda cuando se cumple un sueño.

Al poco, empezó una romería de tios y primos y amigos y compañeros que quisieron verte y a los que tanto me alegró escuchar y ver y  que nos acompañaran en un dia tan especial, y me gustó que te recibieran con besos y caricias al oido porque te mereces eso y todo, mi niño.

Durante los dos dias que estuvimos en esa habitación de hospital tan bonita fuiste el niño más aclamado y visitado por enfermeras y auxiliares y limpiadoras por la hermosura de tus cuatro kilos y pico... lástima que cuando uno se hace mayor,  tanto lustre se convierte en mofa de algunos despiadados obesionados con las tallas. Qué bien se han portado con nosotros, y qué bien te has portado tú, que saliste del hospital sin haber llorando más que cuando te pincharon en el talón y aún así, acunado sobre mi pecho empezaste a sonreir enseguida. Será por eso que cuando llegamos a casa de los abuelos y empezaste a llorar desconsoladamente tu cuarta noche de vida, papi quiso que te lleváramos al hospital y el berrinche acabó en cuanto te puse un chupete.

Llevas nueve dias con nosotros y parece que siempre has estado aquí. Eres precioso mi amor, y bueno, y tranquilo, y sólo de pensar que algún día te pongas malito o no seas tan feliz como lo eres ahora me muero, pero haremos todo lo posible y lo imposible por mantener esa sonrisa tuya que no se puede comparar con nada.

Para ser un bebé 10, sólo te faltan alas, como las de ese ángel que te cuida desde allá donde esté, Alma, o esos otros ángeles, mis abuelos, a los que les habría encantado conocerte. Pero el 9 es gran número, ¿no te parece, cariño mío?

Te amo